Dejarse llevar como un papalote: Semillero Coro comunitario en movimiento
Al entrar al Centro Comunitario San Bernabé en Monterrey se ve a leguas que es un macrocentro: una institución del gobierno muy grande donde todos tienen acceso y posibilidades de estudiar algún taller o, incluso, la prepa. Es imposible no reconocer el espacio ya que es grandísimo. Al entrar del lado izquierdo están las oficinas donde corre siempre el viento, y al caminar encuentras los diferentes espacios donde se dan las clases. Hay de todo: robótica, carpintería, gimnasia, huerto urbano. Así que es entretenido recorrerlo y toparte con los diferentes talleres e imaginar qué harías en ellos.
El Semillero Coro comunitario en movimiento "Ojos de Santa Lucía" está hasta el final, cerca de las canchas de fútbol, así que primero pasas por un pequeño parque donde niñas y niños esperan al final de clases a las mamás (si no han llegado). Luego encuentras el salón del coro.
Don Pepe es todo un personaje: llega con su patín eléctrico, nos abre el aula y, al final, también nos corre cuando ya es la hora de irnos. Hasta hace poco, al entrar al salón olía a pintura ya que antes de nosotros estaba el grupo de óleo, pero logramos que lo movieran de lugar ya que es tóxico para cantar.
Por suerte hay clima para las temporadas de calor. En el poco espacio que tenemos la docente Jessy hace maravillas con la expresión corporal de niñas y niños, nada detiene el anhelo más grande de cantar y unir las voces, sucede la magia cuando nos juntamos y las canchas nos permiten salir a jugar y cantar.
Recuerdo cuando cantamos Cerf-volant y llevamos un papalote gigante que volamos por una de las canchas de fútbol; es un espacio grande, y podría no ser tan lindo, pero lo lleno de recuerdos bonitos que poco a poco hemos ido construyendo.
La primera vez que estuve en el Semillero Coro comunitario en movimiento "Ojos de Santa Lucía" recuerdo que llevaba toda mi clase preparada para tres horas de trabajo: fue sorprendente que se me acabaron los ejercicios y actividades al pasar una hora. Ahí me di cuenta que conectábamos en una perfecta sincronía niñas, niños y docente, ya que las siguientes dos horas utilicé la experimentación conociéndonos a través de música, risas, juegos y cantos. Me sentí pequeña con tan grande labor y llena de ilusión por lo que se podría lograr.
Me acuerdo del día que me escribió la mamá de Elías diciéndome que tenía un problema del habla y que, para él, era difícil articular bien las palabras. Recuerdo su sonrisa en 2023 por haber sido seleccionado en Tengo un sueño: significaba que había superado todo problema desde su raíz, que es la emoción.
Me acuerdo cuando María Fernanda me dijo que quería ser cantante de grande.
Me acuerdo cuando me quedé sin maestra de movimiento y las familias se unieron más para apoyar a la niñez en sus conciertos: botear, hacer camisetas, etcétera.
Me acuerdo cuando vi llorar a la mamá de Luna porque nos cambiamos de sede y no podía llevar a su hija al coro.
Me acuerdo el día que cantamos en el zoológico "La Pastora", y un elefante viejito que movía las orejas cuando lo hicimos para él.
Me acuerdo del primer festival de coros después de la pandemia y la energía de volver a cantar juntos.
Desde el primer día aprendí a llevar y dejarme llevar a soñar en grande sin escatimar.
Aurora García Montes, docente del Semillero Coro comunitario en movimiento "Ojos de Santa Lucía" en Monterrey