¿Qué es un agente cultural?
En años recientes es común escuchar la noción de agente cultural. El término forma parte del vocabulario cotidiano en el quehacer cultural, artístico y comunitario, de manera que da la impresión de ser un concepto extendido de uso cotidiano, pero ¿a qué nos referimos en Cultura Comunitaria cuando hablamos de agentes culturales?
Desde Telar, Registro Nacional de Espacios, Prácticas y Agentes Culturales, reconocemos como agentes culturales a aquellas personas que desarrollan un trabajo que contribuye al ciclo cultural. Se involucra, en alguno o varios momentos, del ciclo cultural: en la creación, producción, exhibición, difusión, preservación y capacitación de prácticas culturales y expresiones artísticas. Las y los agentes culturales también se asocian con las prácticas transversales de ese sector. Pueden ser personas independientes, o también organizaciones e instituciones públicas de los tres niveles de gobierno. Eso quiere decir que un artesano que ha heredado familiarmente una práctica cultural, un colectivo artístico, una investigadora de circo tradicional, una organización que se dedica a la enseñanza en una comunidad, un técnico de teatro o la directora de un museo estatal pueden reconocerse como agentes culturales.
Entre sus características están las siguientes:
- Su capacidad para realizar diagnósticos sobre el contexto en el que se inscriben y así contribuir, desde su perspectiva, a la vida cultural. Así como su facultad de organización para dar respuestas a las necesidades, problemáticas o demandas de su entorno.
- Su interés por promover acciones encaminadas a satisfacer de manera autónoma inquietudes sociales, educativas, culturales y artísticas dentro de un grupo, colectivo o comunidad, en mayor o menor medida de sus posibilidades.
- La aceptación por parte de los individuos, grupos, comunidades o colectivos a los que acompaña a la par de su incidencia en organismos públicos para proponer mecanismos de colaboración.
- Su habilidad para articular los deseos en el ámbito social, cultural o educativo de individuos, grupos o comunidades para traducirlas en iniciativas dirigidas a las y los responsables de las políticas culturares.
En otras palabras, una bibliotecaria que reflexiona sobre la identidad de sus usuarios, una comunidad que decide abrir un taller de herbolaria, un profesor de lengua indígena valorado por su comunidad y un espacio cultural que se organiza para exigirle al gobierno educación musical para sus hijas e hijos, son todos ellos ejemplos de lo que hace cotidianamente un agente cultural. Y también quienes participamos en la función pública somos agentes culturales, lo mismo que todas las personas que ayudan a materializar estos proyectos.
Si observamos la relación que establecemos las y los agentes culturales con el entorno para el que trabajamos, podemos reconocer de fondo una amplia tradición, que en México y América Latina surgió en la figura del promotor cultural; este término concebido como la persona con capacidad de agencia en una comunidad para realizar transformaciones sociales a partir del trabajo cultural y no como alguien que solo se encarga de difundir la cultura.
Recordemos que la y el promotor cultural –como nos lo presentó Adolfo Colombres– se trataba de una persona capaz de conocer el territorio para el que trabajaba y responder a sus demandas sociales y culturales. Parte de sus objetivos era poner en valor de forma creativa lo que ya existía en las comunidades y fomentar su capacidad de autogestión. Por otro lado, el promotor cultural era consciente de que al revitalizar la cultura en un territorio específico ayudaba a enfrentar la violencia, y fomentaba un proceso de toma de conciencia en torno al colonialismo, el clasismo y el racismo.
La cultura era vista como un proceso amplio que ya estaba presente en las comunidades. El promotor tenía que observarla y ayudar en la toma de conciencia colectiva del proceso que vivía cada comunidad, que debía decidir si estaba de acuerdo con el rumbo que estaba tomando. Esta es una de las acciones que aún realizan las y los agentes de Cultura Comunitaria cuando promovemos los derechos culturales y la participación en la vida cultural.
El uso de la palabra agente, desde la función pública, permite enfatizar la capacidad de acción de artistas como artesanos, productores, promotores, etc. Es decir, posibilita que el quehacer cultural y artístico, sus necesidades y agencia dentro de las comunidades e instituciones, sea observado de manera más amplia. Dentro de este horizonte, todas estas capacidades contribuyen a la vida cultural y artística de nuestro país, y deben ser consideradas en la elaboración de diagnósticos para mejorar las condiciones en que se desarrollan.
Por otro lado, entender que las y los agentes culturales también pueden ayudar a construir políticas culturales y no solo a interpretarlas, da poder a quienes deciden asumir esta función. Nombrarse agente cultural implica –además de sensibilidad y conocimiento sobre las comunidades que se trabaja– una mirada dispuesta a relacionarse con los mecanismos gubernamentales para la toma de decisiones en torno al campo cultural y artístico. Permite negociar, plantear y exigir condiciones que enriquezcan la labor cultural, artística y comunitaria, teniendo en cuenta que parte del objetivo es contribuir a la construcción de una sociedad más justa y equitativa.