Entrada: Transformar el espacio para cambiar el presente: Semillero Creativo de Pintura en Mulegé en Baja California Sur
Pie de foto: Semillero Creativo de Pintura en Mulegé, Baja California Sur.

Transformar el espacio para cambiar el presente: Semillero Creativo de Pintura en Mulegé en Baja California Sur

Fue por allá de 2011 que comencé a dar clases. Era becaria de una asociación civil y mis enseñanzas estaban enfocadas en la conservación de la naturaleza en los humedales, las playas y los desiertos: me encantaba; pude conocer muchas comunidades a lo largo de Baja California norte y sur, fui de un lado para otro y, en ese momento, nunca me imaginé que regresaría a radicar de nuevo a Guerrero Negro en Baja California Sur: el lugar donde me crie.

En 2016 continué en cuestiones de educación ambiental, pero ya no estaba enfocada en las artes sino que coordinaba charlas en escuelas, reuniones en comunidades y difusión en redes. La manera de trabajar era distinta a lo que estaba acostumbrada y, aunque continué con actividades para niñas, niños y jóvenes, con un sueldo estable y un contrato, siempre me sentí inquieta porque en mi comunidad la carencia de espacios públicos era muy grave y muy antigua.

Recordé que en mi niñez y adolescencia sin un parque limpio y seguro ni centros culturales, el tiempo libre podía significar solo estar en la calle, vagar y empezar a tomar alcohol. Me di cuenta de que esta situación seguía repitiéndose una y otra vez: que Guerrero Negro seguía olvidado por las autoridades. En el barrio donde viví con mi familia me encontré con un parque destruido, un inmueble vandalizado, y niñas y niños reunidos para jugar maquinitas en el expendio de cerveza de la esquina, muchísimos perros callejeros y basura por todas partes; en ese instante sentí mucha pena e indignación.

En 2018 junto con algunos vecinos y amigos del barrio iniciamos la restauración de lo que hoy en día es nuestra sede: el Centro Cultural Caleidoscopio; comenzamos con la limpieza del lugar y lo usamos para la enseñanza de distintas disciplinas, entre ellas, mis clases de pintura que, en un principio, fueron financiadas por una asociación civil. Para mí era muy importante que estas actividades no tuvieran fines de lucro, para que así, cualquier niña o niño pudiera asistir y conocer el arte.  

Al principio iniciamos las clases en el suelo y no teníamos puertas ni ventanas, mucho menos, pizarrón. Más adelante, más personas de la comunidad se sumaron y fuimos mejorando el espacio para que fuera un lugar más seguro y digno donde pudiéramos llevar a cabo nuestras clases. Cuando en 2019 me llegó la invitación para participar en Semilleros Creativos, sentí mucha emoción: era la primera vez que un programa de este tipo llegaba a un lugar tan alejado como el nuestro.

Iniciamos actividades como el Semillero Creativo de Pintura en Mulegé, Baja California Sur, a finales de 2019. Después, a pesar de la pandemia, continuamos con las clases en línea. Regresamos de manera presencial a mediados de 2021 y nos dieron la noticia de nuestra participación en Tengo un sueño. A pesar de que nuestra querida sede estaba vandalizada y deteriorada por el abandono durante la pandemia, asistimos contentas y contentos para limpiar el sitio y poner todo en orden. Estábamos tan felices de volver, de crear en grupo y de poder encontrarnos de manera presencial que iniciamos nuestro proceso creativo con salidas de campo para observar nuestro entorno y nuestra naturaleza.

Esto nos inspiró muchísimo para comenzar a pintar y representar maravillosamente nuestra identidad, tanto que en 2022 y en 2023 fuimos seleccionados nuevamente para Tengo un sueño en el Auditorio Nacional. Poco a poco volvimos a transformar nuestra sede; la Universidad nos donó mesas, sillas y nuestro pizarrón.

Cuando pintamos el mural del costado de la sede durante la Huella Comunitaria del primer trimestre del 2022 cambió muchísimo ese espacio. Después de terminarlo, las personas que pasaban por ahí se tomaban fotos en esas paredes que alguna vez mostraron una imagen de inseguridad. Desde ese momento decidimos seguir haciendo más intervenciones de ese tipo. Ahora los alrededores ya no tienen grafitis, las personas llegan a descansar al parque y cuidan los murales.

Cada Huella Comunitaria de este tipo fue un desafío tanto para mí como para niñas y niños del Semillero, ya que el clima de nuestra localidad es muy cambiante, helado y ventoso. Además, no tenían experiencia pintando y se emocionaban tanto que terminaban bañadas y bañados en pintura, empanizadas y empanizados de arena. Hasta la fecha me encantan sus caritas de emocionadas de ver lo que son capaces de crear.

Me acuerdo de aquel día cuando les leí la historia de Maija awi, dios serpiente de agua. Les gustó tanto el mito que después no podían dejar de dibujarla y hasta la pintaron en uno de los murales. Me acuerdo cuando salimos a hacer una práctica de tapetes microbianos y supieron por primera vez que las bacterias que allí habitaban eran tan antiguas como la vida en la Tierra. Ese día, sorprendidas y sorprendidos, recolectaron muestras de agua, dibujaron las formas de la sal y no querían irse a sus casas. Me acuerdo cuando fuimos a ver berrendos y los dibujaron en silencio porque decían que hay que respetar a los animales.

En el Semillero muchas veces entran niñas o niños que al inicio sienten inseguridad por sus habilidades, les cuesta trabajo expresarse, les da mucho miedo equivocarse y dicen que no se les ocurre nada, o que no saben. Conforme pasa el tiempo se transforman en personas que tienen cada vez más libertad al crear y al hablar. También ha pasado que hay quienes entran sin ningún sentido de responsabilidad ni disciplina, no respetan el entorno y los materiales, pero también, de a poco, cambian su manera de relacionarse con el resto y comienzan a respetar.

Yo creo que esto se debe a que son partícipes y desarrollan sus propios proyectos, y a que tenemos el arte como impulsor de cambio en el entorno que habitamos. A través del arte investigamos, platicamos, nos escuchamos, nos observamos, aprendemos a conocernos, a respetarnos, y a unirnos para crear cosas y lograr terminar proyectos en colectividad. Aprendemos a trabajar en equipo para el bien común. Hacemos amigas, amigos, y encontramos personas con las cuales podemos entendernos y sentirnos seguros.

Actualmente el Semillero es un lugar espacioso y con bonita luz; niñas y niños tienen juguetitos para usar después de clases, mesas de madera y sillitas acojinadas, botes de pintura, pinceles, un mural y libros dentro del salón. Se ve que les gusta estar ahí porque lo han acomodado y mantenido, inclusive, integrantes de otras generaciones van a visitar y a recordar: cuentan las cosas que aprendieron, los materiales que pintaron y las amistades que hicieron. Van y cuentan a otras niñas y otros niños de recién ingreso cómo era anteriormente y cuánto ha cambiado.

Con los años, algo que he aprendido de niñas y niños es que se pueden hacer cosas maravillosas aunque tengamos poca infraestructura y materiales. Cada niña y niño es artista; nuestra responsabilidad es ser una guía que motive y potencie su libertad creativa. La niñez es poderosa, es activista; el arte es un generador de cambio profundo en quienes la practican y con quienes se comparte. Guerrero Negro es un lugar difícil, pero también es una comunidad donde las niñas y los niños siempre están dispuestas y dispuestos a crear y generar cambios.

Ana Isabel Razo Zaragoza, exdocente del Semillero Creativo de Pintura en Mulegé, Baja California Sur

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Este texto se escribió como parte de la capacitación del área de comunicación de la Dirección General de Vinculación Cultural orientado a narrar las experiencias en los territorios.

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