El bordado: una herencia e identidad viva para niñas, niños y jóvenes del Semillero Creativo de Textiles en Tlahuitoltepec
En Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, el traje tradicional es motivo de orgullo. Las iconografías de los bordados hechos en máquina de coser muestran elementos importantes del paisaje y la cosmovisión de quienes habitan el territorio. Magueyes de pulque, mezcal y sus flores; las estrellas, el sol, los cerros, entre otros elementos, están plasmados en la vestimenta que las y los mixes utilizan, principalmente, en ocasiones importantes como los paseos dominicales, las fiestas patronales, graduaciones, etcétera.
Cecilia Dolores Gómez, promotora del Semillero Creativo de Textiles en Tlahuitoltepec, explica que, en este contexto, es común que la niñez y las juventudes sueñen, como alguna vez ella lo hizo, con bordar prendas tradicionales, aunque no pertenezcan a una de las familias dedicadas a este oficio.
Mayoritariamente este saber se hereda, sobre todo, por cuestiones prácticas: las niñas, niños y jóvenes aprenden de sus madres, abuelas, tíos, etcétera, porque es más sencillo distribuir el tiempo de enseñanza en una dinámica familiar. Desde que se creó el Semillero en 2019, la niñez y juventudes de 6 a 27 años, también pueden acercarse al uso y manejo de la máquina de coser para realizar bordados, al tiempo que descubren o reconocen el significado de los patrones tradicionales.
La labor comienza con actividades que la promotora describe como "sencillas": plasmar pequeñas figuras en monederos y bolsas para que, de manera progresiva, puedan hacerlo después en mochilas, faldas y camisas. Un proceso que requiere mucha paciencia y atención. Cuando se trabaja con niñas, niños y jóvenes, explica Cecilia, es importante cuidar que no se lastimen; revisar que todo en la máquina esté bien colocado para que esta no se descomponga; y entender que, para llegar a un buen resultado, es necesario practicar incansablemente.
Estos ejercicios se acompañan de juegos y experimentos creativos. Los talentos allí descubiertos enriquecen el oficio. Por ejemplo, en una salida al campo, las y los participantes dibujaron en libretas la flora que encontraban por el camino; al regresar al Semillero, lograron transformar en puntadas aquello que habían registrado en la actividad.
De manera más reciente, se dieron a la tarea de imaginar prendas que, gracias a su destreza, pudieron confeccionar, bordar y modelar de manera singular e innovadora, y que mostraron a la comunidad y sus familias en una pasarela para su Tiempo de cosecha. Pero ¿qué piensan las niñas, niños y jóvenes sobre el Semillero y el arte textil?
Laura Sarahí se unió al Semillero cuando tenía 11 años. Lo que más le gusta de asistir diariamente es convivir con personas de diversas edades y aprender a hacer diferentes cosas. Cuando borda, imagina cómo va a quedar la prenda cuando la termine.
Dulce Aurora tiene 9 años y asiste al Semillero desde los 7. Coser la hace feliz porque sabe que cuando termine, le quedará bonito. Frente a la máquina de pedal no puede pensar en nada más porque tiene que concentrarse en lo que está haciendo. Lo que más le ha generado satisfacción es cuando todas las manos del Semillero colaboraron en el bordado de un vestido gigante para a una catrina de más de un metro de altura.
Jara Surema, de 10 años, lleva poco tiempo en este espacio, pero se inscribió "porque tiene mucha imaginación". Lo que más le gusta es crear sus propios diseños por los colores que elije y cuando borda piensa en la naturaleza.
Cecilia tiene 14 años y ha asistido al Semillero durante 12 meses. Lo que más le gusta es interactuar con niños pequeños, también mostrar a las personas lo que hace y ver su admiración. Al coser siente felicidad porque se emociona al ver finalizado aquello que imagina. Como muchas otras jóvenes del Semillero, lo que más disfruta es hacer sus propios diseños y saber lo que hay detrás de cada uno: cada paso que se necesita para lograr, por ejemplo, el bordado de accesorios.
En los seis años que lleva el Semillero Creativo de Textiles Griselda Hernández y Cecilia, docente y promotora, respectivamente, han sido testigos de diferentes procesos: niños pequeños instruyen a sus compañeros de escuela en el significado de la iconografía de los trajes tradicionales; algunas jóvenes que forman a otras personas en el oficio y trabajan junto a las familias textileras; niños que han cambiado los prejuicios en torno a los varones que bordan. Una integrante actualmente estudia diseño de modas. Hay jóvenes que no piensan dedicarse a coser, pero disfrutan transmitir, o usan en su vida cotidiana lo que han aprendido.
Convivir diariamente con ellas y ellos, comenta la promotora, es un gozo por todo lo que imaginan y cuentan. El Semillero y la costura son también vínculos que abren la posibilidad de que niñas, niños y jóvenes cuenten historias, anécdotas, ideas o sueños.
Es común que las niñas vayan a todos lados con las bolsas que hacen, o que los jóvenes usen con orgullo una prenda que ellos mismos confeccionaron. De manera grupal, una de las actividades que más los ha enorgullecido es la ocasión en la que regalaron bolsas bordadas a mujeres de la tercera edad. Ejercicios que colaboran con la transmisión de un saber importante y reconocido en este territorio.
En 2020, Jonathan escribió en un poema lo siguiente:
Bordo el sol porque nos da la vida.
Bordo la tierra porque ahí crecen las plantas.
Bordo las flores porque quiero darle
un regalo a mi mamá.
(…) Bordo porque quiero enseñarlo a mis hijos
para que en un futuro no lo olviden en mi pueblo.
Los versos de Jonathan explican las diferentes razones por las que los niños y niñas de Tlahuitoltepec aprecian el bordado: a través de él se plasma una relación con la naturaleza, se expresa el amor a las madres e hijos y se imagina el futuro. Sus versos transmiten la certeza de que el bordado se cultiva con constancia, es parte de una herencia y una identidad viva en Tlahuitoltepec que atraviesa a diversas generaciones.