Entrada: Pequeño relato sobre el circo social: Convite cultural en Janitzio, Michoacán
Pie de foto: Convite cultural "Jugar para cuidar nuestra isla" en Janitzio, Michoacán, actividad de circo social, 2024.

Pequeño relato sobre el circo social: Convite cultural en Janitzio, Michoacán

El 20 de abril celebraremos el Día Mundial del Circo, efeméride promovida por la Fédération Mondiale du Cirque el tercer sábado de abril de cada año, cuyo objetivo es poner en valor la trascendencia de este arte en el tiempo. En este blog, la conmemoración abre la oportunidad para hablar sobre el circo social. Enfoque de la enseñanza circense que interviene en las comunidades como medida de prevención y contención en contextos donde existen riesgos sociales. Práctica que promueve los valores relacionados con el circo como el trabajo en equipo, la solidaridad, la confianza y la disciplina. En suma, una metodología conveniente para el trabajo en territorio como sucede en el Convite cultural en Janitzio, Michoacán. 

En la asamblea comunitaria de este Convite, el grupo expresó su interés por explorar las artes escénicas. Quienes habitan la isla plantearon la posibilidad de aprender algo relacionado con el circo, aunque nunca lo habían visto. Propuesta que, para Ana Calderón, Tania Arco y Rosa Cleto –equipo en territorio– significaba una vía más para abordar el tema de la identidad vinculada al lago y su cuidado durante las jornadas del Convite cultural de este año: "Jugar para cuidar nuestra isla”. 

Para darle seguimiento a la sugerencia era importante encontrar el perfil de personas que tuvieran experiencia en el arte circense y el trabajo en comunidades. Las actividades dirigidas, principalmente, a la niñez entre 2 y 9 años; y las juventudes de 12 a 14 años, debían considerar los recursos materiales disponibles para llevarlas a cabo.

Fue así como Tonatiuh Jiménez –originario de Pátzcuaro, profesional de las artes escénicas y del trabajo en territorio– recomendó hacerlo desde el punto de vista del circo social, perspectiva que pone en el centro el proceso antes que los resultados y en la que cualquier persona puede practicar las artes circenses independientemente de la clase social, el género, la edad o las habilidades artísticas. 

De esta manera, el Convite diseñó un par de sesiones donde la niñez y las juventudes crearían objetos de circo a partir de materiales reusables de la casa o “desechos” encontrados alrededor del lago. Calcetines en desuso, granos de lenteja o maíz y listones sirvieron para hacer pelotas de malabares y poise (o malabar carioca); botes y palos de madera para practicar percusiones; latas de chile y rafia para construir zancos. 

Después de trazar la primera ruta de trabajo, era importante llevar a la práctica alguna de las herramientas del circo social como el trabajo colaborativo. Organizados en estaciones creativas, niñas, niños y jóvenes del Convite pudieron participar en diferentes circuitos para jugar con percusiones, malabares, equilibrios o danza. 

Al estar divididos por parejas conformadas por una niña y un niño, los ejercicios abrieron la oportunidad de cuestionar temas de género. Aunque algunos varones opinaban que los zancos o los malabares no eran para mujeres, al final de la jornada reconocieron que las niñas pueden bailar, manejar hábilmente las pelotas o subirse con valentía a los zancos. Las jóvenes que, por ejemplo, habían asociado las percusiones a la banda de guerra –y por tanto a una actividad masculina– descubrieron su placer de pasar del ruido al ritmo, y tocaron tambores y panderos libremente. Gestos significativos si se considera que, en este territorio del pueblo purépecha, algunos de los roles asociados a las actividades de “hombres” o “mujeres” continúan arraigados en la comunidad.

En grupo, descubrieron, durante la primera sesión, que el trabajo colectivo puede hacer un ensamble escénico. Mientras unas tocaban las percusiones, otros bailaban; algunas más hacían malabares o se subían a los zancos. Quienes pasaban por las canchas de básquetbol donde se realiza el Convite se detenían por la sorpresa de estar frente a esa organización que –de manera improvisada– ofrecía un pequeño espectáculo de circo.

Al regresar a su casa, las niñas fantasearon con dedicarse a este arte cuando fueran adultas; algunos niños expresaron su intención de enseñar en sus casas cómo construir zancos y malabares para transmitir lo que habían aprendido.

Para la siguiente sesión, compartieron a las y los nuevos integrantes de la jornada los pasos de danza, los movimientos para alternar pelotas de malabares, cómo cuidar el cuerpo arriba de los zancos y la manera de tocar las percusiones. Dos jornadas de estas actividades bastaron para sembrar el deseo por aprender y saber más sobre las artes circenses.

Quienes conocen la experiencia del circo social saben que hacerlo a largo plazo en las comunidades posibilita una transformación individual que progresivamente se extiende a lo colectivo.

Hacer malabares, zancos, actos aéreos, clown, equilibrios, etcétera, permite que la niñez y las juventudes se relacionen sanamente al trabajar en grupo y desarrollen habilidades para reconocer sus emociones. La autoestima se fortalece; el deseo de experimentar situaciones de riesgo se canaliza de manera positiva y se forma un sentido de identidad y pertenencia vinculada al circo, por mencionar algunos ejemplos.

Así como niñas, niños y jóvenes del Convite imaginaron que en un futuro podrían dedicarse al arte de la carpa; la perspectiva del circo social permite imaginar presentes y futuros distintos. Horizontes donde, por ejemplo, los materiales que dañan al lago sirven para hacer arte y mostrar, por primera vez –como solían decir los presentadores– “un espectáculo nunca antes visto”.