Mi regalo
Yo quiero sembrar una semilla en el río,
a ver si crece un árbol flotante para treparme a jugar
Sabines
No recuerdo con exactitud cuándo fue que esa semilla de querer conocer más acerca de Vicente Guerrero se quedó en mí.
Sé que no fue en la visita a la biblioteca de San Francisco Javier, en una hermosa mañana que compartimos lectura e historias, y me marché sin pisar sus calles; tampoco fue cuando acudí a invitación de Jaime González a presentar su libro de cuentos en la Biblioteca del centro, e igualmente partí sin gastar suelas.
Sé que fue mucho tiempo atrás, tal vez cuando conocí la historia de Tohue y el cerro del sacrificio; quizá cuando leí en las historias de Everardo Gámiz la romántica leyenda del conde de Súchil, entendí entonces que existen semillas que tardan tiempo en florecer.
Así entonces, Semilleros Creativos se volvió en esa dulce y feliz coincidencia donde germinar y florecer se convirtió en un deslumbramiento y una epifanía. Considero este lugar una tierra llena de magia. Se dice que fue paso de las tribus atlantes en su peregrinar, que fue territorio de gigantes y al norte tierra de pigmeos; se cuenta que un niño santo construyó con sus propias manos la noria alrededor de la cual surgiría la ciudad; se dice que su agua tiene la propiedad de no dejarte querer regresar al lugar de origen, de donde sea que hayas venido, tal vez por eso la han tapado; que ese mismo niño dejó la profecía antes de partir; que en este sitio preciso nada sucedería, pues aquí se encuentra sepultada el arca de Noé.
Llegué a este lugar con la enorme incertidumbre de permitir que los acontecimientos me sorprendieran y, sin duda, fue así. Recorrí finalmente sus caminos, gasté las suelas en apropiarme de sus calles, de su plaza principal, de su clima, su aire y su lluvia, probé su nieve, sus esquites con chile de árbol, las gorditas en el mercado y ambicionaba probar esa agua de la noria.
Sentí en carne viva la calidez de sus habitantes y entendí que esa semilla apenas estaba brotando. Llegaron entonces los asistentes al Semillero, cada día de sesión una nueva sorpresa: jóvenes escritoras, niños poetas, que al escucharlos renuevan tu esperanza en el futuro, que te permiten saborear esa magia que aún está latente en este lugar, donde la Casa de la Cultura te ofrece un patrimonio en artes plásticas único, un edificio donde la historia se puede respirar de manera más profunda en una biblioteca amigable y hospitalaria.
No imaginaba mejor tierra para sembrar, para cosechar y compartir, y sobre todo, jamás creí que en lugar de llegar a enseñar estuviera aquí para aprender de todos y cada uno de los maravillosos y geniales asistentes a este Semillero, que, gracias a la Secretaría de Cultura, he tenido el privilegio de tallerear. Y si bien solo llegué a compartir libros, lecturas y algunas felices experiencias, a cambio fui yo y solamente yo, quien recibió: ¡el mejor regalo!
La lectura de estos textos, auténticos y sinceros, orgullosamente guerrerenses, son semillas plenas, maduras, que aquí y ahora ofrecen su cosecha, una cosecha que sin duda permitirá sembrar más y más semillas.
Francisco Márquez Razo, Semillero Creativo de Literatura y Escritura creativa en Vicente Guerrero, Durango
Impresiones de la niñez
La primera vez que estuve en las instalaciones de nuestro Semillero, la Utopía Olinini en Iztapalapa, me hizo recordar mi infancia. La sede de nuestro ensamble está dentro del deportivo Francisco I. Madero que, honestamente, yo conocía como deportivo cabeza de Juárez, y de niño solía visitar para jugar fútbol.
Me acuerdo cuando la niñez del Semillero comenzó a separarse por secciones, y yo, aún sin los instrumentos para el ensamble…
Sin embargo, pude construir sus primeras zampoñas y quenas con materiales sencillos y diversos, y pude enfrentar este gran reto. Recuerdo mucho la expresión de niñas y niños cuando, por primera vez, le sacaban el sonido a la zampoña o a la quena: era una cara de sorpresa; algunos abrían sus ojitos como diciendo: lo logré, -y muchos de ellas y ellos- a la primera.
Más sorpresa y alegría les daba cuando yo les platicaba mi experiencia como principiante en estos instrumentos, y todo el tiempo que me tardé en sacarle el sonido: fue una experiencia maravillosa. Recuerdo también cuando hicimos el primer gran seccional y el primer tutti.
Si bien estamos en una etapa muy temprana, y los ejercicios que tocan los niños son sumamente sencillos, comienzo a ver esa transformación tan mágica que ofrece la música: en cuanto un ser humano pasa por esta experiencia, suele cambiar muchas cosas en él. En la niñez es todavía más visible dicho cambio: este bello arte la envuelve en sus notas, como si fueran los brazos de una madre, y niñas y niños reciben ese consuelo que solo una madre puede ofrecernos.
Jaime Villar Saldaña, docente del Semillero Creativo Ensamble Comunitario Folklórico Zango en Utopía Olini, Iztapalapa, Cuidad de México