Historias docentes: experiencias de enseñanza en Semilleros Creativos
La primera vez que llegué a mi sesión del Semillero Creativo de Literatura Creativa y Mediación de Lectura en Pachuca de Soto, Hidalgo, me sentía muy nerviosa. Hasta ese momento yo tenía más experiencia con adolescentes y no contaba con que habría niñas y niños que apenas iniciaban su proceso de lectoescritura, así que me apoyé mucho de la oralidad. Recuerdo que desde el primer día me impactaron las imágenes poéticas de los niños. Ahí supe que ellos serían los que me enseñarían poesía a mí.
Me acuerdo de Araceli inventando imágenes bellísimas desde que era muy chiquita.
Me acuerdo de Darío, que llegó apenas leyendo unas pocas palabras y en poco tiempo él comenzó a enseñarle a escribir a un compañero más pequeño.
Me acuerdo de Jocelyn, a quien le gusta mucho la fruta con chile piquín y siempre nos convida.
Me acuerdo de Leonardo, que escribe historias con mucho entusiasmo.
Me acuerdo de Hasiel, que es muy travieso pero también muy creativo.
Me acuerdo de Ulises, que tenía miedo de cumplir 30 años porque pensaba que así ya no podría seguir en el Semillero.
Me acuerdo de Sidd, cuando me compartió la novela que estaba empezando a escribir.
Me acuerdo de Isaí, que era muy noble con sus demás compañeros.
Me acuerdo de cuando empezamos a tejer un tapiz poético.
Me acuerdo de cuando no teníamos luz en el salón, y en el grupo juvenil alumbrábamos con velas y creábamos un ambiente mágico para el tiempo de escritura.
Me acuerdo de cuando contaron el cuento de La luz es como el agua en el parque.
Me acuerdo de cuando los niños nos enseñaron a hacer trucos con el trompo.
Me acuerdo de cuando construimos casas para aves y leímos Para hacer el retrato de un pájaro de Jacques Prévert, y los integrantes escribieron una carta a los pájaros que llegarían a esas casitas.
Me acuerdo cuando hicimos papel reciclado.
Me acuerdo cuando aprendimos a encuadernar libros.
Me acuerdo de cuando imaginaron la revolución de las niñas y los niños.
Laura Esperanza Guerrero Cuevas, Semillero Creativo de Literatura
creativa y Mediación de lectura en Pachuca de Soto, Hidalgo
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Recuerdo claramente mi infancia en Yagavila, Oaxaca, donde carecíamos de un maestro profesional de música. Esto resultaba en un aprendizaje lento, ya que los conocimientos musicales se transmitían de manera empírica. Esta situación dificultaba el dominio de un instrumento musical debido a la falta de especialistas en cada uno.
Durante mi experiencia como estudiante en una facultad de música y como maestro invitado a las bandas filarmónicas de la sierra me di cuenta de que el método de enseñanza era anticuado. Muchos maestros solían agredir verbalmente e incluso físicamente a sus estudiantes, justificando estas acciones como beneficiosas para el aprendizaje musical. Cuando llegué al Semillero Banda Filarmónica Fraternidad de Santa Cruz Yagavila sus integrantes estaban buscando un nuevo profesor, ya que el director maltrataba a la niñez y a cualquier persona interesada en aprender música.
Cuando el comité del Semillero me ofreció la oportunidad de liderar la banda, experimenté una profunda empatía con sus integrantes. Recordé mi propia formación y las dificultades que enfrenté, lo cual me impulsó a sentir una gran responsabilidad hacia la formación musical que podía ofrecer. Era consciente de que tenía en mis manos la oportunidad de proporcionar una enseñanza de calidad, basada en el trabajo en equipo y el respeto mutuo entre todos los miembros. Al evaluar sus habilidades mediante una pequeña prueba, noté que estaban en diferentes niveles tanto en teoría como en la práctica. Este descubrimiento fue fundamental para desarrollar un plan de trabajo adaptado a sus necesidades individuales.
Era un sueño poder compartir con mi comunidad.
Al llegar al salón el primer día y verlo lleno de niñas, niños, adolescentes y adultos, noté un gran interés y entusiasmo por aprender por parte de las personas de mi comunidad.
Me sentí muy apreciado al ver tanta gente interesada. La primera lección que impartí, y que nunca olvidaré, fue el concepto de disfrutar la música en lugar de sufrirla.
Elí Nazareth López, Semillero Banda Filarmónica Fraternidad de Santa Cruz Yagavila, Oaxaca
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La primera vez que participé en un taller de zapateado y son jarocho fue en mi niñez. Yo fui una niña que por decreto de mi madre debía asistir a los talleres de zapateado gratis que daban en mi comunidad. Así fue como empezó este viaje con la tradición del son jarocho en donde después de ser alumna fui ayudante del maestro.
Hoy por hoy soy la maestra de zapateado en la comunidad que me vio crecer: mi Chacalapa, Veracruz. Mi camino en el son jarocho ha estado lleno de fandangos; presentaciones en escenarios grandes y chicos con experiencias muy hermosas; conociendo distintos lugares; cantando, tocando, bailando; y compartiendo esta hermosa tradición.
Me acuerdo del primer fandango que se organizó invitando a la comunidad: solo participaron mamás, papás y algunos parientes del alumnado. La primera clase que presenté como docente de Semilleros Creativos me llené de emoción. A pesar de no tener las herramientas adecuadas para trabajar, se logró desarrollar un ambiente de armonía entre participantes. El grupo de madres y padres fue muy agradable y muy cálido. La disponibilidad para el diálogo me permitió explicar los objetivos de Semilleros Creativos, atendiendo las dudas y escuchando las inquietudes tanto de tutores como de niñas y niños.
Inicié el sendero de la enseñanza y el aprendizaje.
Me acuerdo de cuando los participantes me dieron una sorpresa por mi cumpleaños; de cuando un joven participante del Semillero me dio un abrazo y me dijo: "gracias por brindarme tu amistad".
Me acuerdo de la primera vez que baile en un fandango de fiesta patronal con la niñez y juventudes del Semillero Creativo de Danza en Chinameca, Veracruz. Trabajar con niñas, niños y jóvenes permite crecer en conocimiento, crecer como persona, darle prioridad e importancia al sus sentipensares.
Semilleros Creativos me dio la oportunidad de quedarme en mi comunidad, a compartir el saber ancestral del zapateado, tradición a la que le tengo mucho cariño, y que se hereda de generación en generación.
Ximena Padua Salazar, originaria de la comunidad afrodescendiente de Chacalapa, Semillero Creativo de Danza en Chinameca, Veracruz