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La inspiración latinoamericana de la cultura comunitaria

A finales del 2018, la política cultural de México dio un giro radical que implicó la adopción de una perspectiva comunitaria. ¿Cómo se dio? ¿Cuáles fueron sus referentes? Para trazar la historia del encuentro entre políticas públicas y cultura comunitaria es necesario hacer un breve recorrido por la experiencia brasileña en torno a Puntos de Cultura, pues ella ha sido una inspiración fundamental para proyectos desarrollados después en Argentina, Perú y otros lugares de América Latina, para finalmente adquirir un nuevo rostro en nuestro país.

Este relato toma como fuentes los libros Punto de Cultura. El Brasil de abajo hacia arriba de Célio Turino y Cultura Viva Comunitaria. Políticas culturales en Brasil y América Latina de Alexandre Santini: textos que analizan el programa Cultura Viva y Puntos de Cultura creado en Brasil durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y la gestión de Gilberto Gil en el Ministerio de Cultura. Momento en el que se asumió que, si la cultura es un derecho para todas y todos, necesita atender primero a los sectores de la sociedad históricamente excluidos.

Frente a la necesidad de crear un acceso cultural más democrático, el Ministerio de Cultura de Brasil propuso la construcción de espacios en comunidades y barrios populares. Con la llegada del historiador Célio Turino al equipo de Gil, pudo plantearse una crítica que permitió reformular el programa: la creación de infraestructura no garantizaba su demanda. Tan solo con el dinero que se utilizaba para su mantenimiento: agua, luz, etcétera, era posible financiar el apoyo a proyectos culturales que ya existían en las comunidades.

El profundo giro en este planteamiento estaba en asumir que -además de la oferta de bienes y servicios culturales que debía ofrecerse a sectores en condiciones de desigualdad social- había que reconocer la producción del arte y la cultura como un derecho y como una realidad que llevaba años gestándose en territorios de Brasil muy diversos.

Fue así como se articuló Puntos de Cultura. Su antecedente se remonta a una propuesta gubernamental realizada en 1980 en la región de Campinas, São Paulo: la recuperación de una casona abandonada para crear oficinas administrativas, un correo y un espacio cultural. Ese nuevo espacio que convivía con viejas haciendas de café y montañas fue nombrado Punto de Cultura de Joaquim Egídio. Era el comienzo de una breve experiencia de la que Célio Turino participó y sobre la que profundizó años después para la creación de las Casas de Cultura en Campinas.

Este aprendizaje se cuenta a detalle en su libro Punto de cultura. El Brasil de abajo hacia arriba: lo que comenzó como una acción para recuperar casas de poca infraestructura y locales que pudieran ser espacios comunitarios creció tan pronto que en poco tiempo se abrieron un total de 13 Casas de Cultura. Con una cartelera artística y cultural permanente, un agente cultural, un acervo de 500 libros y capacitaciones para mediadores de lectura, este proyecto que parecía tan estable no sobrevivió al cambio de gobierno. Solo la Casa de Cultura Tainã pudo establecerse lo suficiente en la comunidad para lograr su autonomía.

En un ejercicio de autocrítica, Turino observa este panorama como consecuencia de una localización y una programación diseñada desde el gobierno. A pesar de que las Casas de Cultura recuperaban inquietudes e iniciativas locales, los lugares en los que se habían establecido no correspondían las dinámicas territoriales: algunas Casas habían sido levantadas en lugares donde la comunidad era relativamente nueva. Al elaborar la propuesta de Puntos de Cultura para el programa de Cultura Viva, se tuvo muy claro que uno de sus objetivos era el de “reconocer y potencializar las iniciativas culturales de la comunidad en el territorio en el que ellas acontecen. El quehacer cultural y el territorio están intrínsecamente ligados”.

Por otro lado, confiesa, quizás el proyecto respondía más a los legítimos intereses de grupos aislados y no de toda una comunidad: diferencia sustancial que permitió a la Casa de Cultura Tainã sobrevivir al tiempo. Esta bodega abandonada de la Compañía Brasileira de Alimento que fue recuperada por iniciativa de un músico había logrado permanecer como un proyecto estable, necesario e indispensable para la localidad.

Frente a esta experiencia, Célio Turino elabora una serie de preguntas que desencadenan dos conceptos clave: la autonomía y el protagonismo social. Ambas, herramientas de la sociedad que permiten la sostenibilidad de un proyecto cultural: “Autonomía como capacidad para tomar decisiones y su implementación conforme a los recursos disponibles (…) como práctica, como la propia realización con actos concretos de participación y afirmación social.” Protagonismo social en la medida en que personas, grupos y comunidades “se entienden como sujetos de sus prácticas. Sujetos que intervienen en su realidad, desde los hábitos cotidianos hasta la elaboración de políticas de desarrollo local”.

Puntos de Cultura, subraya, solo puede articularse en red. Sin esta noción que implica el diálogo entre los diferentes Puntos, es imposible que el proyecto prospere. Se necesita de la mirada del “otro” para ampliar la perspectiva en torno a las diversas formas de concebir la cultura y hacerla. 

Ahora bien, ¿por qué resulta importante revisar esta experiencia en nuestro contexto? Porque, en principio, parte de una experiencia práctica que permite recuperar aprendizajes concretos. Por ejemplo: es más efectiva la recuperación de espacios que la creación de infraestructura; es importante que se retomen proyectos gestados desde y para las comunidades y que atiendan las dinámicas entre territorio y comunidad. El protagonismo social es una clave para reconocer la agencia que las personas, grupos, colectividades y comunidades tienen en un territorio, para transformar las dinámicas de producción cultural y las estructurales que perpetúan la desigualdad social.

¿En qué medida esta experiencia es pertinente para pensar la transformación de la política cultural en México? Como señala Turino, los aprendizajes sistematizados sobre Puntos de Cultura no sirven si se adaptan como pasos a seguir dentro de un programa, sino que son guías que ayudan a encontrar su propia traducción para los fines que persiguen las políticas culturales de cada país.

Es así como podemos recoger algunas enseñanzas fundamentales de esta experiencia que han ayudado a orientar el trabajo en México. En lugar de desarrollar políticas culturales “para” la población, se trata de trabajar “con” la población, desde el reconocimiento del trabajo que han hecho las y los agentes culturales, invitándolos a elaborar sus propias propuestas de programación y formación artística, fomentando la autonomía, el aprendizaje en red, la vinculación con el territorio: la cultura comunitaria.