El legado de un proyecto vivo
Litzy, Dayana y Julissa son niñas que pertenecen al Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. En julio de 2022, para presentar la obra “Xiu, hashish, churro” de Maricela Canul Nahuat imaginaron en una improvisación aquello que querían ser de grandes: doctora, maestra y dentista, respectivamente. La pieza desarrolla, además del tema del consumo de drogas, la historia de tres mujeres de las que conocemos su infancia, juventud y vejez a través de diferentes cuadros escénicos.
Las niñas —encargadas de representar el pasado de los personajes femeninos— son parte del Laboratorio de X'ocen, Valladolid, Yucatán. Aunque rondan entre los 7 y 9 años, enfatizan, se unieron al Laboratorio “desde muy pequeñas” motivadas por sus padres. Asistir les ha permitido cultivar la jarana: ese baile originario de la península yucateca que para las comunidades indígenas se convirtió en una expresión cultural significativa durante sus fiestas religiosas. Ellas comprenden la educación teatral como “un orgullo por aquello que pueden aprender y transmitir a las demás personas”.
En ese sentido de pertenencia —no solo a la comunidad sino a la actividad teatral que desarrollan— se refrendan los objetivos y acuerdos que iniciaron en 1989 cuando la comunidad de X’ocen cedió en comodato al Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena una porción de su tierra para crear un espacio escénico. Durante una asamblea, las y los pobladores coincidieron en que abrir su comunidad a un proyecto como ese podía fortalecer la transmisión generacional tanto de rituales, jarana, usos y costumbres como la preservación de la lengua y valores acordes a su visión del mundo y la realidad.
Para Cultura Comunitaria fomentar las presentaciones del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena, a través de la colaboración institucional, es comprender la importancia del legado de María Alicia Martínez Medrano: maestra, dramaturga y directora de teatro que en 1974 imaginó una educación teatral para campesinos e indígenas basado en el sistema de actuación del director ruso Konstantin Stanislavski. Sumar apoyos para darle continuidad a este proyecto es también una invitación a observar los efectos y resultados de este sistema de educación artística en las comunidades.
Pero ¿a qué nos referimos con esa impronta? Delia Rendón, cofundadora y directora del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena desde 1989, describe diversas transformaciones en la comunidad de X'ocen desde la llegada del Laboratorio hace treinta años. El espacio escénico, que era un terreno deshabitado, fue poblado en comunidad y hoy es un teatro construido alrededor de una vasta vegetación y de numerosos árboles. Las y los asistentes al Laboratorio conformaban un 95% de población maya hablante y tenían muchas más costumbres y tradiciones que las que sobreviven hasta ahora.
El trabajo, que durante años se enfocó a concientizar sobre las propias capacidades de la comunidad y del valor de sus raíces, ha añadido la revitalización de la lengua maya, la memoria histórica y la de desarrollar el pensamiento crítico frente a las narrativas dominantes que cuentan la historia de los pueblos indígenas desde una mirada colonizadora. En el montaje de “La conjura de Xinum” de Ermilio Abreu, dirigido por Delia Rendón, se representan los sucesos históricos de 1847 —el inicio de la Guerra de Castas— desde una perspectiva donde el recuento y la revisión de los hechos a partir de testimonios permiten una revisión profunda sobre las causas y consecuencias.
El repertorio del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena que puede abarcar desde autores como Federico García Lorca, Elena Garro o Emilio Carballido hasta obras de corte histórico o piezas que abordan temas de actualidad adquiere potencia en el grupo de trabajo en la medida en que el trabajo pedagógico propuesto por María Alicia Martínez Medrano se mantiene vigente.
Las y los maestros viven en la comunidad y eso permite que comprendan de manera directa el contexto, las necesidades y la forma de entender el mundo en los territorios donde trabajan; las improvisaciones basadas en el método de Stanislavski despiertan la posibilidad de recuperar la tradición oral y también de hablar sobre las experiencias de vida e historias familiares de quienes asisten al Laboratorio; la integración de niñas y niños —como Litzy, Dayana y Julissa— a partir de juegos y ejercicios de recreación motiva su estadía en este proyecto, y el trabajo constante alrededor de la biomecánica ofrece el desarrollo de una técnica teatral que fomenta en las y los participantes otras formas de desenvolverse en la escena y en su propia comunidad.
Hombres y mujeres que se han formado en las diversas generaciones de docentes reconocen la importancia de haber conocido el trabajo de María Luisa Martínez Medrano para después, trabajar y adaptar su metodología en otras comunidades y en otros tipos de trabajo comunitario.
Seis años antes de la llegada del programa Cultura Comunitaria, el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena mantuvo sus actividades sin ningún tipo de apoyo. Aunque este proyecto es lo suficientemente fuerte en sí mismo, el apoyo institucional permite que los montajes se sigan realizando. Esta acción corresponde a una de las lecciones transmitidas por Célio Turino en el programa de Puntos de Cultura: la de pensar los apoyos económicos del Estado como plataformas para fortalecer la autonomía y el protagonismo social en proyectos culturales y artísticos que están arraigados en las comunidades.
Para el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena los montajes son una pieza fundamental para vincular a diferentes comunidades que asisten al foro de X'ocen. Las representaciones no solo permiten a las y los espectadores ver reflejadas historias que les son cercanas o que los motivan a la reflexión; también alientan a quienes participan en el Laboratorio a seguir profundizando en el trabajo cotidiano realizado en las clases y alienta a nuevas generaciones a sumarse a este proyecto.
Quienes llevan más años en el Laboratorio saben que hacer un llamado a las y los más jóvenes a participar es extender una invitación más profunda: la de preservar, a través del teatro, las prácticas, lo saberes y la mirada del mundo que los identifica y la de transformar, colectivamente, aquello que va en detrimento de su comunidad.