Aprender en colectivo: un día con el Semillero Creativo de Cinematografía en Chapultepec
Es sábado por la mañana, y al grupo juvenil del Semillero Creativo de Cinematografía en Chapultepec, Miguel Hidalgo, Ciudad de México, llegan sus integrantes. El punto de reunión para aprender sobre cine es la sala de la Casa Miguel Alemán ubicada en el interior del Complejo Cultural Los Pinos.
Sorprende imaginar que, en tiempos anteriores a este sexenio, el lugar estuvo reservado solo para la élite política del país, la imagen contrasta con la escena de este día donde el grupo ocupa diversos espacios del complejo cultural para conversar sobre cómo hacer presupuestos de filmación y grabar voces o tomas ambientales de su próximo cortometraje.
Al inicio de la sesión Areli Flores Guerrero, la docente, interpela al grupo: ¿quiénes han inscrito los materiales realizados en el Semillero a festivales de cine? ¿Cuáles son las rutas que han pensado para que sus creaciones sean vistas? Ambas preguntas tienen por intención responder a una de las solicitudes realizadas en ocasiones anteriores: caminar hacia la profesionalización.
Héctor, quien más ha investigado al respecto, habla sobre los intentos por exhibir los cortometrajes en otros lugares, las dificultades que han obstaculizado el objetivo y, finalmente, lanza iniciativas para dar a conocer sus creaciones en otros espacios culturales. Tras una larga conversación donde el grupo explica los motivos por los cuales no ha difundido sus materiales, se decide que sea él quien comparta en la próxima sesión los requisitos para inscribirse a festivales nacionales e internacionales de cine.
Proponerlo para exponer sobre el tema responde al deseo de abordar aspectos técnicos y teóricos a partir de lo que cada integrante sabe, de tal manera que, al final del trimestre, el conocimiento se haya construido colectivamente: una propuesta hecha por las y los integrantes del Semillero. Matti, por ejemplo, acepta la sugerencia de explicar, algún otro día, principios básicos para hacer videos en TikTok.
Durante toda la sesión se hace un balance sobre el compromiso dentro y fuera de este espacio para poder cumplir el objetivo de hacer y saber más sobre el arte cinematográfico. Al escuchar lo que ocurre en días como este donde el grupo aborda los presupuestos necesarios para grabar sus cortometrajes, parecería que a este espacio llegaron jóvenes y personas adultas que siempre soñaron con dedicarse al cine de manera profesional y ven en el Semillero una oportunidad para hacerlo. Aunque algo de esto es verdad, otras razones se develan cuando Hazur, Aldebarán y Asher se ponen de acuerdo para terminar las tomas de uno de los cortometrajes que el Semillero presentará el próximo 31 de agosto en el Festival Tengo un sueño, Semillas Tlapalli, Semillas de Colores en Ciudad de México.
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Asher llega al término de la sesión del grupo juvenil por las fallas en el transporte público. Él es originario de Tlaxcala y, hasta hace algún tiempo, estudiaba cinematografía en la Benemérita Universidad de Puebla (BUAP). Se integró al Semillero hace tres meses. En su mochila carga la cámara fotográfica con la que grabará las últimas escenas de La cosecha del viento, el cortometraje que Hazur escribe y dirige.
Para Asher es en el Semillero donde, en sus palabras, “ha podido explorar sus habilidades como en ningún otro lado” y compartir los conocimientos que, de manera autodidacta, ha adquirido. Este espacio, expresa, “se centra en el crecimiento personal”, aspecto que, desde su experiencia, la educación formal pasa por alto.
Fue después de leer la historia de Hazur que Asher supo que quería “poner todo el corazón en el proyecto” e hizo los diseños de cámara, el storyboard, la lista de rodaje, entre otras cosas, para corresponder a aquello que había encontrado en el texto de su colega: un mensaje, emoción y sentimiento.
El guion está inspirado en uno de los relatos que la joven de 30 años escuchó en la Sierra Cuicateca en Oaxaca cuando estudiaba la licenciatura en etnohistoria y hacía sus prácticas de campo en el municipio de Chiquihuitlán de Benito Juárez. Allí, ella conoció sobre los gentiles —entidades sobrenaturales dueñas del monte y de la tierra— a quienes las personas les hacen ofrendas para asegurar las cosechas y lo transformó en una ficción cinematográfica. Para Hazur, el Semillero es una forma de acercarse al cine de otra manera: cosas que antes hacía “empíricamente" —como grabar sonido— ahora las descubre y aprende en colectivo. Transmitir estos conocimientos a todas las personas, sobre todo, en un arte que durante mucho tiempo ha sido elitista, es algo que Hazur describe como “muy brillante”. Lo más satisfactorio de estar en el Semillero ha sido comprobar que aquellas ideas que desea expresar a través de la pantalla son claras para quienes las han visto.
Antes de hacer tomas en el exterior, Aldebarán, Asher y Hazur deciden grabar algunos diálogos en la sala de cine de la Casa Miguel Alemán. Aldebarán instala su computadora y el micrófono mientras explica a sus colegas cuestiones técnicas sobre proyección vocal. Hazur da la indicación para que Aldebarán lea un fragmento del guion con su tono de voz grave y pausada.
Aldebarán es egresado de la licenciatura de Pedagogía en la Universidad Nacional Autónoma de México, llegó al Semillero hace un año por invitación de un amigo y, en este tiempo “ha hecho de todo”. Aunque siempre fue cercano al arte nunca pensó en hacer cine. En el Semillero ha pasado por todas las funciones: actor, sonidista, productor, camarógrafo, etcétera. Sin embargo, lo que ha encontrado en este lugar es más profundo: antes de integrarse al Semillero no era tan sociable como ahora ni se había involucrado en procesos donde hubiera tanta colaboración como aquí. Las dinámicas de este lugar, explica, contribuyen a trabajar de manera colectiva, a no estar “tan ensimismado” y a participar en todo, explica.
Aldebarán anima al grupo a comprometerse más, se hace responsable de llevar el cronograma de los temas teóricos que sus integrantes quieren aprender próximamente, alienta a Hazur y Asher a grabar también sus voces para logar un efecto de multitud en los diálogos y escucha atento la explicación que Asher da sobre cómo usar la cámara. Lo más impresionante del Semillero, expresa, es poder ver la forma en que una idea puede ser una realidad. Aunque se trata de un lugar muy diverso en cuanto a las edades, gustos, maneras de pensar y "filosofías de vida”, todo ese conjunto nutre lo que cada integrante es para, finalmente, sumar "todas las voluntades y así hacer las ideas palpables”.
Asher, Hazur y Aldebarán, finalmente, salen de la Casa Miguel Alemán para grabar tomas ambientales en los diversos jardines de Los Pinos, mientras Areli y Magali Tlamani Martínez —esta última, promotora del Semillero— trabajan con el grupo infantil.
Es Magali quien, en un momento libre, explica algo que ocurre al llegar al Semillero: sus integrantes hacen una red donde se acompañan en descubrir sus ideas, sus voces y, en muchos casos, el llamado de una nueva vocación. Ella —quien actualmente también estudia un diplomado en cine y producción audiovisual en la Fábrica de Artes y Oficios (FARO) Aragón— hace esta reflexión a partir de su experiencia, pues, su interés por el cine despertó cuando se inscribió a Colectivos comunitarios, iniciativa impulsada por México, Cultura para la Armonía, y antecedente de Semilleros Creativos.
Para Areli, quien ha trabajado durante muchos años, principalmente, con niñas y niños, encontrar jóvenes y personas adultas que expresan su deseo por hacer cine de manera profesional ha sido un reto. Aunque en estos tiempos es posible hacerlo con herramientas muy sencillas, la tarea de buscar personas que puedan enriquecer los saberes y actualizarse en la práctica es una labor exigente que debe ir acompañada del enfoque principal: hacerlo desde la participación infantil, juvenil y comunitaria. Finalmente, concluye, “son las y los participantes quienes deciden qué aprender, a qué ritmo y cómo”. El objetivo es poder contar las historias que imaginan, que les conmueven, preocupan e interesan.
Este día junto al Semillero Creativo de Cinematografía hace visible el sentido de un espacio como este. Existe algo que es difícil de conquistar y que aquí se ha logrado: la disposición a aprender, escuchar y hacer junto a las otras y los otros, es decir, en comunidad.