Semillero Creativo de Ayahualtempa: la construcción de miradas posibles
“Tengo derecho a jugar. Tengo derecho a correr en el monte y en la milpa. Tengo derecho a ir al Semillero. Tengo derecho a jugar en la luna.” Estas son frases escritas por Cristino: un niño que forma parte del Semillero creativo de Literatura y Artes visuales en Ayahualtempa, Guerrero.
Para este ejercicio –que luego quedó plasmado como un mural en la cancha donde se reúnen diariamente–, niñas y niños del Semillero escribieron aquello que les gustaba hacer y aquello que deseaban para sí mismos y su comunidad. Durante la sesión, ellas y ellos descubrieron con sorpresa que todo lo que eran capaces de enunciar correspondía a una serie de derechos a los que, en teoría, todas las niñas, niños y jóvenes del país deberían tener acceso.
El salto para poder articular el derecho a asistir al Semillero o a jugar en las estrellas o en la luna junto a sus amigos, resulta un gesto significativo y potente que, dadas las circunstancias de su contexto, restituye algo que hasta hace un tiempo les había sido arrebatado: la posibilidad de reunirse en un espacio seguro para imaginar, jugar y conversar. Es decir, para ser niñas y niños, otra vez.
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En el año 2020, en pleno auge de la pandemia, un video de la localidad de Ayahualtempa en el municipio de José Joaquín Herrera, Guerrero, circuló en redes sociales causando un desconcierto general. En él se veía a niños y jóvenes de entre 7 y 18 años de esta región y de Chilapa, portando armas con el rostro cubierto y el uniforme de policía comunitaria. La imagen expresaba un límite al que la comunidad había llegado: para defender a la niñez y las juventudes del narcotráfico, –no solo de sus efectos, sino de ser reclutados por este–, la única opción era incluirlos en la defensa del pueblo.
Las y los habitantes de Ayahualtempa eran conscientes de la gravedad del asunto, sin embargo, entendían esta acción como una respuesta desesperada frente a la violencia, inseguridad y falta de opciones educativas. Las demandas eran claras: por un lado, más seguridad; por otro, escuelas, maestras y maestros que pudieran trabajar de manera constante con niñas, niños y jóvenes de la comunidad. Frente al desplazamiento ocasionado por la violencia, el Estado debía ofrecer condiciones diferentes que pudieran asegurar la permanencia de educadoras y educadores formales y no formales.
Fue así como Ayahualtempa abrió las puertas de su territorio a la Secretaría de Cultura. Las acciones propuestas desde Cultura Comunitaria significaron un primer acercamiento para trabajar entre pobladores y Estado. Un primer voto de confianza para preguntarse si, niñeces y juventudes, podían representar un papel distinto al de ser autodefensas y, también, para abrir el diálogo con otras Secretarías que se sumaron a las acciones de transformación de este municipio.
Con una serie de jornadas participativas llevadas a cabo el 7 y 9 de julio a través del Jolgorio –celebración púbica de arte y cultura– uno de los objetivos pudo llevarse a cabo. Actividades como exhibiciones teatrales, muestra de saberes de la cultura alimentaria de cocineras locales, cuentacuentos de Alas y Raíces, danza, tejido de palma, malabares y artes plásticas fueron los puentes para escuchar las necesidades y recoger los sentimientos de todo Ayahualtempa.
En medio de la crisis sanitaria y laboral que significó la pandemia por COVID-19, el trabajo de base comunitaria había logrado establecer los vínculos necesarios para que Angélica Barrera, Selene Alejo y Martín Dircio respondieran al llamado de integrarse como docentes a un Semillero Creativo en Ayahualtempa.
Poco a poco las y los niños que conforman el Semillero Creativo de Ayahueltempa comenzaron a llegar, y con ellas y ellos, la transformación de la comunidad. Aunque algunos niños ya habían iniciado sus adiestramientos como policías comunitarios, la comunidad decidió no llamarlos más y dejar sus tardes libres para que asistieran al Semillero.
Niñas y niños fueron habitando la cancha de básquetbol de Ayahualtempa con sus danzas, sus pinturas y sus escritos: ahí donde a las siete de la noche solo se escuchaba silencio, comenzaban a hacerse presentes risas, juegos, creatividad e imaginación.
Madres, padres de familia y gente de la comunidad ocuparon las gradas de la cancha para observar con profundo respeto lo que el Semillero había creado y exigieron alumbrado público para que las actividades pudieran continuar durante la tarde.
Actualmente, niñas y niños pasan diariamente alrededor de cinco horas diarias en el Semillero. El disfrute y la necesidad de ese lugar se hacen presente todas las tardes en las que se apresuran a hacer sus tareas escolares para poder asistir. Cuando hay suspensión de clases, corren para que desde temprano puedan iniciar actividades. Su compromiso no surge desde el deber, sino desde el deseo de ocupar un espacio al que –no sabían– tienen derecho.
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“Tengo derecho a dormir y soñar con un mundo mejor”, escribe José Luis, o “Chewis”, como prefiere que lo llamen, de 9 años.
Es una realidad que para que las condiciones de paz y de justicia social existan en nuestro país, la promoción de los derechos culturales o el acceso al arte y la cultura no es suficiente si no se atienden los problemas estructurales que originan la desigualdad y la violencia. Sin embargo, experiencias como las del Semillero creativo de Literatura y Artes Visuales en Ayahualtempa representan un hito en la forma en la que el trabajo comunitario puede cambiar la percepción de toda una comunidad.
En este caso, la mirada que niñas y niños tienen sobre su agencia donde viven; la capacidad que han desarrollado para imaginar otros horizontes posibles para sí mismos y su comunidad; y su búsqueda poética para narrar la realidad en la que viven marcan una diferencia profunda en relación con aquel tiempo cuando fueron grabados empuñando armas.
Soñar con un mundo mejor ha significado para muchas de ellas y ellos tener un lugar donde los niños pueden hacer danza, las niñas son escuchadas y las relaciones que se construyen en el grupo están libres de violencia. Sus condiciones de vida siguen siendo complejas y hay quienes aún desean ser policías comunitarios para brindarle seguridad a su municipio. Sin embargo, el Semillero es un lugar abierto donde diariamente se ensayan otras formas de observar su entorno.
El gran dramaturgo alemán Bertolt Brecht decía que los artistas ofrecen y construyen una mirada del mundo a través del arte. Todos los días, en Ayahualtempa, las niñas y niños del Semillero cultivan esas otras formas de observar su realidad y lo materializan en obras de teatro, poemas, pinturas y danzas que invitan, a quienes observan, a recuperar el derecho de creer que somos capaces de construir un presente y un futuro mejores. Un cambio sustancial en un lugar donde la violencia había paralizado, incluso, la capacidad de imaginar otras alternativas posibles para la niñez.