Semilleros Creativos
Podríamos decir que los Semilleros Creativos son los espacios donde niñas, niños y jóvenes aprenden alguna actividad artística, sin embargo, lo que ocurre ahí va más allá de ello. Los Semilleros desarrollan, también, procesos de participación donde las y los asistentes exploran y construyen una mirada del mundo a través del arte.
No pretendemos formar artistas sino crear espacios donde la niñez y las juventudes perciban su propia agencia dentro de una comunidad. El arte como vía para observar lo que sienten y piensan acerca de su presente. Niñas, niños y jóvenes vistos como sujetos con voz propia que pueden transformar las dinámicas de los lugares en los que se encuentran, a través de prácticas artísticas y culturales.
Aunque los Semilleros Creativos comparten métodos de trabajo: asambleas infantiles y juveniles, actividades de apropiación del espacio público y diálogos con creadores artísticos diversos, la realidad es que ninguno se parece a otro, pues cada uno responde a su particular contexto local.
A partir del diálogo colectivo entre participantes se plantean creaciones diferentes en cada lugar. El perfil artístico y de trabajo en comunidad de las y los docentes y promotores permite un proceso en el que la enseñanza de la técnica está al servicio de las necesidades de cada localidad y de las inquietudes e identidades de quienes asisten al Semillero.
¿Cómo respondemos desde los Semilleros al planteamiento del arte y la cultura como un derecho humano? O mejor dicho, ¿qué aportamos en los Semilleros a la construcción de una vida digna? La respuesta en cada Semillero Creativo es tan singular y profunda que vale el esfuerzo entender a partir de ejemplos, en esta ocasión la del Semillero Creativo de Artes escénicas en Ecatepec, Estado de México.
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Cuando en 2019 se dio la oportunidad de abrir el Semillero Creativo de Teatro y Danza en un municipio tan complejo como Ecatepec de Morelos, el primer reto fue la difusión. Jessika y Óscar, docentes de dicho Semillero, propusieron abrir tres sedes, aunque eso implicara atravesar el municipio de un extremo a otro. Después de una larga promoción que incluyó asistir a escuelas, pegar carteles en diversas colonias y tocar casa por casa para informar sobre las actividades, las y los interesados fueron llegando.
Al principio las familias mostraban su extrañamiento de poder acceder gratuitamente a una actividad artística de manera permanente. Después, su desconfianza se notaba frente a ese espacio en el que –en apariencia– no se hacía nada: porque trabajar el cuerpo, la voz y las emociones para estar sobre un escenario sonaba a una pérdida de tiempo. El disfrute del arte y la cultura resultaban inútiles frente a la urgencia y las necesidades prácticas de la vida cotidiana.
Con el tiempo –y a pesar de los prejuicios– el grupo se fue conformando. Se trataba sobre todo de niñas y niños que al comienzo no sentían la confianza de expresarse en público ni tenían una relación consciente con su cuerpo. En ese municipio, considerado uno de los más violentos del país, las niñas y niños experimentaban una autocensura: no hables, no opines, no te muevas, calla. Su miedo a participar era un efecto de las múltiples violencias a las que están expuestos cotidianamente.
El camino que eligió el Semillero para enfrentar esta situación fue trabajar a partir de herramientas escénicas concretas: primero el reconocimiento de las partes de su cuerpo, el trabajo con la voz, las exploraciones de movimientos. Luego, improvisaciones que permitían establecer confianza en el grupo y la danza como medio para abordar la libertad del cuerpo.
Poco a poco niñas y niños fueron descubriendo lo que su presencia podía desencadenar en el público que los observaba. Con el tiempo, se hizo natural opinar en voz alta y participar con seguridad dentro del grupo. Descubrieron que aquellas herramientas que servían para la escena también les eran útiles para la vida. Podían pararse con seguridad dentro y fuera del escenario.
Beto, un niño pequeño que llegó al Semillero con “problemas de lenguaje”, después de tres años de trabajo, es uno de los más participativos y seguros del grupo. El Semillero ha sido la posibilidad de ser un lugar donde la niñez es protagonista: su voz y su mirada del mundo es la que importa. El movimiento, la danza, el trabajo con su cuerpo, la creación de personajes y el escenario han permitido expresar universos que al inicio estaban interiorizados y eran difíciles de transmitir.
En los ejercicios de base realista sobre los que hacen improvisaciones, ellas y ellos exponen eventos de la vida cotidiana para dialogarlos colectivamente. Es así como en el Semillero aprenden a observar críticamente prácticas que estaban normalizadas. Las sesiones son espacios seguros donde pueden mostrarse vulnerables y abrir sus sentimientos para luego descubrir la fuerza de su presencia sobre la escena. “Ya entendí. No se ríen de mí. Yo los hago reír cuando estoy en el personaje”, dijo Julia después de su primera presentación en público.
Durante el montaje, niñas y niños se dedican a disfrutar. Los personajes, la historia y los procesos de escenificación son, finalmente, el resultado de las improvisaciones en las que tanto han explorado.
Es cuando se presentan frente al público que descubren todas sus conquistas. Lo mismo pasa con las madres, padres y abuelas que asisten a las representaciones: es solo después de ver las obras de teatro que comprenden la importancia del arte en la vida cotidiana.
Es así como se han presentado en el Auditorio Nacional y en Bellas Artes, donde también esto ha permitido que las familias asistan a esos lugares que antes no habían conocido. Las y los niños comprenden que tienen derecho a expresarse creativamente en estos espacios y sobre todo, afirman con su presencia aquello que dicen diariamente en el Semillero: estamos cambiando Ecatepec con risas y juegos.
La construcción de una vida digna en un contexto como el de Ecatepec involucra, también, tener la opción de acceder a espacios seguros donde se recupere a través del arte, la seguridad, la confianza, las risas y los juegos. Experiencias que, como sabemos, en un contexto violento les son arrebatadas a la niñez.