Sueños viajeros sin fronteras
“En mi pueblo cuentan que, en el lago del Coatepeque, si tú vas a lago en la noche, te andas bañando, pescando, dicen que te sale un hombre en la noche muy alto y con orejas gigantes. Y si tienes miedo, te vuelves loco y te conviertes en un pez.”
Esta es una de las historias que forma parte de la exposición museográfica que el colectivo “Sueños Viajeros Sin Fronteras” presentó del 20 de agosto al 28 de septiembre de 2022 en Nuevo Laredo, Tamaulipas. La muestra reúne parte de los testimonios que niñas, niños y jóvenes migrantes han compartido a través de actividades lúdicas, culturales y artísticas que el grupo realiza cotidianamente en dos espacios de la ciudad: el Albergue Municipal Nuevo Laredo y el Centro de Atención a Menores Fronterizos.
El relato pertenece a Gerson, un niño salvadoreño que prolongó su estadía en el albergue durante dos meses a diferencia de otros niños, niñas y jóvenes que permanecen solo algunos días en espera de ser repatriados o con la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Es parte de una selección que muestra algunos ejercicios que el colectivo realiza: el de contar recuerdos e historias familiares, leyendas, efemérides, relatos orales o mitos del lugar de origen de la niñez y las juventudes en tránsito. “Mi casa, mi ciudad, mi cultura” es el título que adopta en la exposición.
Una actividad que en el trabajo cotidiano tiene como objetivo reforzar el sentido de identidad y pertenencia de quienes llegan a los albergues y que manifiesta, sutilmente, un gesto que resultará fundamental tanto en su trayecto como en su llegada: el poder abrirse a las y los otros para crear lazos de confianza y, por tanto, redes de apoyo que permitan enfrentar colectivamente la dificultad. Aunque esto dependerá, sobre todo, del contexto y de circunstancias particulares que lo propicien, cada sesión planteada por las y los miembros de “Sueños Viajeros Sin Fronteras” ensaya estos encuentros entre migrantes a través de estrategias que fomentan acuerdos de sana convivencia.
En sus actividades, la interculturalidad es parte central de la labor: niñas, niños y jóvenes de estados como Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Guerrero; y países como Venezuela, Cuba, Honduras, Guatemala, Colombia, Haití, Congo, entre otros, reconocen lo que tienen en común y, de manera respetuosa y empática, lo que les es diferente.
Durante el breve tiempo que el colectivo comparte con niñas, niños y jóvenes migrantes se construye un espacio donde diferentes necesidades son atendidas. Aunque las sesiones estén previamente planeadas, quienes forman parte de “Sueños Viajeros sin Fronteras” se preparan, sobre todo, para escuchar y conducirlas de acuerdo con lo que observan en el momento. A veces, hay niñas y niños que necesitan jugar y olvidarse la violencia que han experimentado; en otras ocasiones, es importante acoger los testimonios en torno a las travesías de dolor que las juventudes experimentan al retornar de manera forzada.
Los relatos que surgen son recibidos desde una perspectiva ética. Las historias de vida al ser expuestas de manera creativa lo que reflejan son, especialmente, los deseos por conquistar una vida digna. Los mapas de América intervenidos por ellas y ellos son una muestra.
Acompañar y crear momentos para la hospitalidad –aspectos fundamentales en el trabajo comunitario con personas en tránsito– se lleva a cabo también en algunas escuelas a donde llega esta población. La estrategia es a través de la mediación lectora: el libro de “Eloísa y los bichos” de Jairo Buitrago sirve como puente para imaginar la experiencia de quien migra cuando llega a un nuevo lugar. En la exposición, se traduce en un apartado interactivo donde se invita a las y los asistentes a dejar palabras para un familiar o amigo que ha emigrado a otro país a través de lo que el colectivo titula como: “Un mural vivo”.
Para Edna Torres, coordinadora de “Sueños Viajeros Sin Fronteras”, la hospitalidad para recibir a las personas que viajan en busca de mejores condiciones de vida es algo heredado: lo recuerda como un gesto que aprendió de su padre; por tanto, es posible replicarlo a través de diversas estrategias creativas: la exposición es un reflejo de eso.
Asomarse a esta muestra no solo es una invitación a la población en general a ser empática y desmontar prejuicios en torno a la migración. Es también una aproximación para observar de qué manera el trabajo comunitario e interdisciplinar, –las y los participantes del colectivo provienen de las artes escénicas, plásticas, la pedagogía y la comunicación– puede transformar y mejorar la estadía de las y los migrantes en los albergues.
Esta experiencia en la que el ejercicio de los derechos culturales está centrado en la interculturalidad, el derecho a la memoria y la hospitalidad lleva años gestándose. Comenzó, aproximadamente, en 2016 como un laboratorio que formó un grupo de amigos para ofrecer actividades culturales y artísticas que pudieran acompañar a diversas niñas, niños y jóvenes migrantes en diversos albergues.
A partir de 2019, en la Secretaría de Cultura Federal, a través del programa Cultura Comunitaria, asumimos como parte de nuestras prioridades los derechos culturales de migrantes y personas privadas de su libertad a través del eje Arte + Movilidad, colaborando con colectivos como “Sueños Viajeros Sin Fronteras” en el que actualmente participan Griselda Cantú, César Martínez y Edna Torres. Este apoyo ha permitido que realicen su labor de manera constante y sostenida, ajustando y sistematizando todas las actividades a las que –no sobra decirlo– las y los migrantes tienen derecho.